Cuando Jovellanos advertía del potencial del carbón asturiano, estaba en lo cierto. La historia reciente de Asturias, y en especial la de las Cuencas Mineras, está ligada al florecimiento de la industria regional: la siderurgia y la minería del carbón supusieron toda una revolución económica, demográfica y cultural. Aunque se tenía constancia de la existencia de yacimientos en la región desde hacía siglos, las explotaciones solo empezaron a adquirir relevancia en el siglo XIX. Primero hizo falta mejorar las infraestructuras: desde que en 1842 Langreo se une con el puerto de Gijón por carretera, numerosas explotaciones empiezan a florecer en Mieres, Langreo y otros municipios cercanos. En torno a ellos, la siderurgia empieza a nutrirse del carbón extraido. Es el caso de Duro Felguera, una de las empresas más emblemáticas que aún mantiene parte de su actividad en Asturias.

Guaje

Hoy día se discute si la conocida palabra “guaḥe” (con hache aspirada),  “niño” en asturiano, viene del inglés “washer” (“lavador”) o del alemán-neerlandés “wagen” (“vagón”). El lavado de carbón y el tirado de vagones de carbón eran precisamente las tareas de las que se encargaban habitualmente los niños.

Pero el trabajo era duro. Las condiciones laborales eran cercanas a la esclavitud: a las jornadas de 12 horas, los hasta 310 días de trabajo al año y el trabajo a destajo, se añadía la dureza propia de la labor minera: la exposición a la humedad, la inhalación de polvos —causante de la temida silicosis— y la alta siniestralidad. Todo por un sueldo mínimo, que con frecuencia se completaba con las labores agrícolas. Desde muy pronto, los trabajadores empezaron a manifestar su disconformidad con estas condiciones. Primero lo hacían de forma individual, mediante sabotajes o el absentismo. Pero con la progresiva llegada de inmigrantes, sin arraigo ni tierras que cultivar, y con la difusión de las ideas socialistas, los mineros comenzaron a movilizarse.

Historia de la minería en Asturias

Con la intención de pacificar a los trabajadores, los empresarios recurrieron al llamado paternalismo industrial. En un principio se limitaron a ofrecer cobertura médica y un seguro por enfermedad, accidente o fallecimiento a través de los montepíos, pero pronto irán más allá. Viviendas, economatos, educación, ocio: la empresa llegaba a sustituir a la administración municipal proveyendo todos los servicios que sus trabajadores necesitaban. Sin embargo, estas políticas, que además conformaban un régimen de control social, no serán suficientes para acallar a los mineros.

A principios del siglo XX empezó a gestarse el movimiento sindical minero. En 1910, Manuel Llaneza funda el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias, el SOMA, hoy parte de UGT, y no tardarán en llegar las primeras huelgas: primero para ser reconocidos; después para conseguir objetivos laborales, tales como el salario mínimo o las vacaciones pagadas. Durante la Segunda República, los sindicatos fueron protagonistas de la revolución asturiana de 1934, duramente reprimida. En la Guerra Civil también se posicionaron en el bando republicano, pero el precio a pagar fue aún más alto: desde la caída del norte en el bando nacional y durante la posguerra, los trabajadores mineros fueron militarizados, hasta el punto de que “el abandono del trabajo sería interpretado como deserción, la falta de disciplina como insubordinación y la huelga como rebelión militar”.

En la década de los 50, el cada vez mayor descontento favoreció la removilización obrera, organizada en la clandestinidad pero adaptándose a las insuficientes estructuras de participación construidas por el régimen franquista. Tras modestas huelgas y ya de lleno en el desarrollismo, en 1962 tuvo lugar la “huelgona”. El régimen fue incapaz de reprimir una protesta que empezó con apenas siete picadores en el pozo Nicolasa y que en dos meses se había propagado ya por toda España, con hasta cien mil trabajadores movilizados y numerosas muestras de solidaridad incluso de intelectuales de la época.

El declive de la minería

Al margen de las reivindicaciones obreras, las empresas mineras atravesaban un mal momento en lo financiero. Cuando la autarquía dejó paso a una mayor liberalización del comercio exterior, las empresas perdieron parte del mercado ante el carbón extranjero, como siempre más barato y de mejor calidad. Un lustro después de la “huelgona”, en 1967, quince compañías privadas de la minería asturiana se fusionan para formar Hulleras del Norte, S.A.: Hunosa. El estatal Instituto Nacional de Industria tuvo una participación inicial del 77%, aunque en 1970 se convirtió en accionista único. Desde entonces, las constantes pérdidas de Hunosa son asumidas en los Presupuestos Generales del Estado.

Con el sector ya casi íntegramente nacionalizado, es el Estado quien dirige casi en solitario la minería del carbón en Asturias. No es poca responsabilidad: es en ese momento cuando se materializó la necesidad de reconvertir la economía regional. Ya en democracia, los sindicatos —legalizados—, y los sucesivos gobiernos empezaron a negociar la gestión del declive minero. Tras la adhesión a las Comunidades Europeas en 1986, España tuvo que asumir el marco legislativo comunitario a la hora de configurar los planes del carbón.

Los planes del carbón

Las ayudas a la producción de carbón permiten mantener aún hoy la actividad minera, que emplea todavía a unas 2.500 personas de forma directa en Asturias. Por otro lado, las prejubilaciones permiten a los mineros retirarse a edades tan tempranas como los 42 años —en función de la dureza de su puesto de trabajo— con pensiones elevadas. Así se ha podido reducir la plantilla de Hunosa de forma no traumática, y también mejorar la salud de los trabajadores.

Los fondos mineros en Asturias: 1998-2005

Durante los ocho años del primer plan de desarrollo, Asturias recibió 1.603 millones de euros en ayudas para sus municipios mineros.

mill. €
Total 1.603
79%
Infraestructuras 1.274
Carreteras 805
Proyectos municipales 166
Educación 144
Polígonos industriales 106
Medio Ambiente 49
13% Proyectos generadores de empleo 214
7% Formación 116

Fuente: Sindicatura de Cuentas del Principado de Asturias. No hay datos finales sobre el plan 2006-2012.

Pero en 1998, los sindicatos pactan con el gobierno de José María Aznar un acuerdo, el plan del Carbón 1998-2005, con un objetivo mucho más ambicioso: reconvertir la economía de las Cuencas. Con ese fin surgen los célebres fondos mineros: unos 3.000 millones de euros que, a lo largo de dos décadas, trataron de preparar a las comarcas para la desaparición de la minería. Los fondos se repartieron entre infraestructuras —tales como la autovía minera, que costó 600 millones de euros, o el campus de Mieres—, proyectos generadores de puestos de trabajo, becas formativas y proyectos de investigación y desarrollo. En total, se han invertido 22.000 millones desde 1991 entre ayudas a la producción del carbón, prejubilaciones y fondos mineros. Eso sí: a cambio, de autorizar estas ayudas, la Comisión Europea exige que las explotaciones mineras no rentables cierren para el año 2018.

Las negociaciones de todos estos planes fueron acompañadas de huelgas y manifestaciones multitudinarias, siempre respaldadas por la solidaridad de toda la comarca. La minería es también un fenómeno social e identitario. La dureza del trabajo en la mina no es ajena a nadie. La simbología y la emotividad han acompañado a cada reivindicación: Santa Bárbara Bendita es un himno no solo minero, sino también de las Cuencas e incluso de Asturias. Algo parecido ocurre con las canciones del mierense Víctor Manuel dedicadas a la mina —El abuelo, En la planta catorce—. El recuerdo de las vidas que con tanta frecuencia se cobró la tierra está grabada a fuego en el imaginario colectivo de los asturianos: es difícil olvidar accidentes como el del pozo Nicolasa en 1995, cuando catorce mineros fallecieron tras una explosión de grisú.

La última gran huelga tuvo lugar en el año 2012, cuando se negociaba, de nuevo con un gobierno popular, el que debería ser el último Plan del Carbón. Un grupo de mineros caminó desde Asturias hasta Madrid, como lo había hecho en otras ocasiones, para dar visibilidad a su causa, y fueron recibidos allí entre aplausos. Ponían así fin, según algunos, a la acción sindical de un sector abocado a su desaparición.